“Él es una persona muy reservada; no suele intervenir ni hablar en grupo”, “Ella no es antipática, es que le cuesta relacionarse si no te conoce.”
Estas frases suelen describir a personas tímidas. Sin embargo, la línea entre timidez y miedo social puede ser sutil, aunque sus efectos sean profundamente distintos.
Mientras la timidez puede formar parte del temperamento, la ansiedad social configura un trastorno que distorsiona la percepción del otro, impregna de temor las interacciones cotidianas, paraliza el desempeño académico y/o laboral y constriñe significativamente la calidad de vida.
En este escenario, los profesionales de la psicología, cumplimos un rol clave al ofrecer herramientas para recuperar la seguridad, la autonomía y la conexión. En este artículo presento un caso clínico que ilustra ese proceso de intervención, desde un enfoque cognitivo-conductual.
El rostro clínico del miedo social
El miedo social, también conocido como trastorno de ansiedad social o fobia social se caracteriza por un temor intenso y persistente a ser juzgado, evaluado negativamente o rechazado por otros en situaciones sociales.
¿Cómo podemos diferenciar este trastorno de la timidez?
Mediante la presencia de la tríada sintomática que configura su expresión clínica:
1. Signos fisiológicos debilitantes:
- Enrojecimiento, sudoración o temblores.
- Ritmo cardíaco acelerado.
- Malestar estomacal o náuseas.
- Dificultad para respirar.
- Sentir que la mente se queda en blanco.
El miedo social paraliza con temor al juicio ajeno y síntomas debilitantes.
2. Patrones cognitivos distorsionados, centrados en:
- Miedo a ser juzgados.
- Pensamientos autocríticos y anticipación negativa.
3. Conductas de evitación y seguridad que limitan, de forma significativa, el desarrollo vital del paciente/cliente:
- Evitar situaciones sociales (fiestas, reuniones, entrevistas de trabajo, etc.)
- Dificultad para iniciar o mantener el contacto visual.
- Hablar con voz baja o postura rígida.
- Evitar comer o beber en público.
Caso clínico
El caso clínico de Juan, un estudiante de arquitectura de 27 años, ejemplifica cómo esta triada se manifiesta en la práctica clínica.
Juan presentaba una timidez “excesiva”, de origen infantil, que ha evolucionado hacia un cuadro de ansiedad social completo.
Evitaba reuniones y presentaciones académicas, y esto coexistía con una sintomatología física evidente: sudoración palmar, movimiento constante de manos y un diálogo interno dominado por el miedo al fracaso y la evaluación negativa.
En su caso, la historia de sobreprotección familiar no era meramente anecdótica, sino un factor clave que había limitado el desarrollo de sus habilidades de afrontamiento, perpetuando así el ciclo del miedo.
Objetivos terapéuticos
Desde la perspectiva de la terapia cognitivo-conductual (TCC) la intervención se organizó en torno a objetivos que buscan desmantelar precisamente esta triada sintomática.
La TCC interviene en pensamientos, evitación y habilidades sociales para romper el ciclo del miedo.
En el caso de Juan, estos se articularon de la siguiente manera:
- Reducir la ansiedad anticipatoria: nuestro objetivo era interrumpir el ciclo de preocupación patológica que comenzaba días antes de los eventos sociales, trabajando directamente sobre los síntomas cognitivos y fisiológicos.
- Mejorar la capacidad de desempeño social: esta meta apuntaba a las conductas de evitación, específicamente a su incapacidad para hablar en público y asistir a reuniones, mediante técnicas de exposición y entrenamiento en habilidades.
- Desarrollar habilidades de comunicación: este tercer objetivo buscaba suplir el déficit en competencias sociales que la evitación prolongada había mantenido, abordando así la raíz conductual del problema.
Pilares de la intervención
La intervención se estructuró en cuatro pilares interconectados:
1. Reestructuración cognitiva
El primer paso fue la psicoeducación sobre el modelo cognitivo de la ansiedad social. Se implementó el registro de pensamientos automáticos (PAN) para que Juan identificara sus patrones cognitivos disfuncionales, los cuales giraban en torno a ideas como «Voy a hacer el ridículo» o «No tengo nada interesante que decir».
A través del diálogo socrático, se cuestionó la validez y utilidad de estos pensamientos, buscando evidencias a favor y en contra, y generando interpretaciones alternativas y más realistas.
Posteriormente, se profundizó en la identificación de creencias nucleares disfuncionales, muchas de ellas originadas en experiencias infantiles. Por ejemplo: un profesor que le dijo: «Tú no sabes nada». O su mamá y hermanas que constantemente le decían: “Yo te ayudo, porque tú eres muy pequeño”.
La reestructuración cognitiva cuestiona creencias nucleares desde su origen experiencial.
Se le pidió que listara estas creencias, por ejemplo: «Soy incapaz», «Necesito que me ayuden» y, de manera colaborativa, se establecieron nuevas creencias adaptativas: «Tú puedes hacer las cosas por ti mismo», las cuales practicó de forma repetida para convertirlas en un hábito.
Para trabajar la autocrítica destructiva, se utilizó una técnica experiencial de «niño interior», donde, mediante una meditación guiada, se confrontó la dureza de su diálogo interno actual frente a la imagen de sí mismo de niño, lo que generó una importante introspección.
2. Exposición gradual
Se construyó una jerarquía de situaciones temidas, asignando a cada ítem, por ejemplo: «Pedir un menú en un restaurante», «Exponer en clase», «Asistir a una reunión familiar», una puntuación subjetiva de ansiedad (SUD) del 1 al 10. Juan se expuso de forma sistemática y progresiva a estas situaciones temidas, comenzando por los que generaban menos ansiedad.
Se hizo especial hincapié en la eliminación de las conductas de seguridad: aferrarse al móvil, evitar el contacto visual, ensayar mentalmente de forma excesiva, para que aprendiera que la ansiedad disminuye por sí misma y que las consecuencias temidas no ocurren.
Su progreso fue monitoreado semana a semana mediante el autorreporte de las puntuaciones SUD, observándose una reducción significativa.
La exposición gradual jerarquizada desactiva la ansiedad al eliminar las conductas de seguridad.
3. Entrenamiento en asertividad
Dado que Juan presentaba un estilo de comunicación predominantemente pasivo, que podía derivar en explosiones de agresividad pasiva, se trabajó intensamente el desarrollo de la asertividad.
La técnica de juego de roles le permitió ensayar situaciones críticas para él: presentar un trabajo en clase, reunirse con la familia de su novia y, fundamentalmente, aprender a decir «no». Se inició con respuestas asertivas sencillas y se avanzó hacia situaciones más complejas. También se ejercitaron habilidades conversacionales básicas.
Las preguntas abiertas son herramientas clave para entrenar habilidades conversacionales y fomentar el diálogo fluido en pacientes con miedo social.
4. Fortalecimiento de la autoestima
Para contrarrestar su baja autoestima, se implementaron varias técnicas. Se le pidió que escribiera una lista de sus virtudes y logros pasados, que tendía a minimizar. Una técnica particularmente efectiva fue el «ejercicio del espejo», en el que debía mirarse a sí mismo y verbalizar una característica positiva, retirándose del reflejo si iba a emitir un comentario negativo.
El ejercicio del espejo confronta la autocrítica y reconstruye el diálogo interno frente al miedo social.
Adicionalmente, se le encomendó que recabara feedback positivo de personas cercanas (su madre y su novia) sobre sus cualidades, seleccionando luego aquellas que él realmente podía creer e internalizar, lo que sirvió como un poderoso reforzador de su nueva autopercepción.
Conclusión
La timidez no siempre requiere intervención, pero cuando el miedo social limita la vida cotidiana, el abordaje clínico se vuelve esencial. El caso de Juan, quien tras tres meses de terapia logró un 90% de sus objetivos: exponer en clase con ansiedad manejable, asistir a reuniones sociales sin angustia paralizante y establecer límites asertivos, demuestra cómo una intervención estructurada, empática y basada en evidencia puede transformar la evitación en participación, y el temor en confianza.
El psicólogo clínico guía técnicas y un espacio seguro para recuperar la autonomía relacional.
El alta de Juan, con herramientas para participar plenamente en su vida sin que su personalidad se tornara extrovertida, subraya que el éxito no radica en cambiar el rasgo, sino en gestionar el trastorno. Reconocer esta diferencia es el primer paso; acompañar el proceso de cambio, el verdadero desafío.
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Este artículo está basado en la Masterclass “Caso clínico de paciente que vence sus miedos sociales” impartida por la psicóloga Belén Arias, dentro del Programa de Actividades del instituto Raimon Gaja (iRG). Accede al contenido completo aquí:
Conoce a Belén Arias:
- Psicóloga clínica, especializada en TCC.
- Ha trabajado en el Hospital de Clínicas Pichincha, en Ecuador.
- Dirige el consultorio Kusly, donde trabaja, junto a un equipo de psiquiatras, atendiendo a niños y adultos con diferentes enfermedades mentales.
- Certificada en coaching personal.
- Participado en talleres y seminarios internacionales.
Bibliografía:
- American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed., text rev.). Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
- Hall, M., Luo, A., Bhullar, N., Moses, K., & Wootton, B. M. (2024). Cognitive behaviour therapy for social anxiety disorder: a systematic review and meta-analysis investigating different treatment formats. [Terapia cognitivo-conductual para el trastorno de ansiedad social: una revisión sistemática y un metaanálisis que investiga diferentes formatos de tratamiento]. Australian Psychologist, 60.







