El verano plantea un desafío recurrente para quienes ejercen la clínica psicológica: cómo abordar las interrupciones temporales en el proceso terapéutico sin comprometer la continuidad del cuidado. Lejos de tratarse de una simple cuestión de agenda, la decisión de suspender sesiones requiere una evaluación clínica y ética profunda. Este artículo ofrece un análisis riguroso sobre el impacto de las pausas en la terapia, especialmente en contextos complejos, y propone estrategias responsables para sostener el vínculo terapéutico durante los períodos de receso.
La continuidad terapéutica
La permanencia en la atención psicológica no es solo una cuestión de agenda: es un componente esencial para la efectividad del tratamiento. La mayoría de los enfoques psicoterapéuticos, se fundamentan en la regularidad del vínculo clínico para generar cambios sostenidos en el comportamiento, la cognición y la salud emocional. Por ello, interrumpir la terapia durante el verano, aunque comprensible desde una perspectiva logística o personal, plantea desafíos clínicos y éticos que merecen una reflexión cuidadosa.
Consideraciones clínicas
La decisión de pausar el proceso terapéutico debe contemplar múltiples variables:
- Naturaleza del proceso terapéutico: La terapia es un camino de construcción progresiva. Las interrupciones, especialmente si son abruptas o prolongadas, pueden debilitar los avances logrados, reactivar síntomas o generar sensación de abandono, particularmente en pacientes con trastornos de ansiedad, depresión o trauma.
- Fase del tratamiento: No todas las etapas terapéuticas se ven afectadas del mismo modo. En fases iniciales o de crisis, una pausa puede ser desestabilizadora. En cambio, en etapas de consolidación o cierre, una interrupción planificada puede incluso convertirse en una oportunidad para evaluar la autonomía del paciente y reforzar su autoeficacia.
- Perfil del paciente: La respuesta ante una pausa varía según las características individuales. Personas con alta dependencia del espacio terapéutico pueden experimentar ansiedad o sentimientos de abandono, mientras que otros pueden beneficiarse de un tiempo para aplicar de forma autónoma las herramientas adquiridas, en un contexto menos estructurado.
Consideraciones éticas
Desde una perspectiva deontológica, el principio de beneficencia y no maleficencia exige que el terapeuta evalúe si una interrupción estacional responde verdaderamente al interés superior del paciente/cliente. Esta decisión no debe tomarse de forma unilateral: requiere diálogo, consentimiento informado y una planificación compartida que respete las necesidades, temores y expectativas del consultante.
La decisión de interrumpir el tratamiento no debe ser unilateral
¿Cuáles son las implicaciones clínicas de interrumpir la terapia en vacaciones?
- Ralentización del progreso y riesgo de recaídas:
Diversos estudios evidencian que las interrupciones pueden disminuir la efectividad de la terapia, ralentizando los avances y aumentando la probabilidad de recaídas en pacientes con trastornos como la ansiedad, depresión o problemas de conducta. - Impacto en pacientes con condiciones graves:
En contextos clínicos complejos, como el acompañamiento psicológico a pacientes oncológicos, la continuidad del acompañamiento emocional es crucial para facilitar el ajuste emocional y el afrontamiento activo. La interrupción puede comprometer estos procesos y afectar la calidad de vida del paciente. - Alteraciones en la adherencia y pronóstico en condiciones crónicas:
En casos de dolor crónico, por ejemplo, la preparación y seguimiento psicológico son esenciales para la adaptación del paciente, antes y después de cualquier intervención médica. Pausas prolongadas pueden disminuir la adherencia al tratamiento y afectar negativamente el pronóstico.
Más allá del calendario, la pausa terapéutica debe ser una decisión clínica, no solo logística
El compromiso con la continuidad del cuidado, ya sea presencial, remoto o simbólico, es parte del rol ético y profesional del psicólogo.
Recomendaciones para una pausa responsable
Planificación anticipada
Una pausa bien gestionada comienza mucho antes del último encuentro. Es fundamental:
- Establecer con el paciente/cliente acuerdos claros sobre la duración de la interrupción.
- Explorar juntos posibles reacciones emocionales ante la pausa.
- Diseñar estrategias de mantenimiento que refuercen la autonomía y el compromiso con el proceso.
Este enfoque no solo previene malentendidos, sino que fortalece la alianza terapéutica al promover la corresponsabilidad
Mantener el vínculo incluso en la distancia
Cuando la interrupción es inevitable, es posible preservar el sentido de continuidad mediante:
- Tareas terapéuticas sencillas: los ejercicios de autorreflexión, diarios emocionales o prácticas de autocuidado que el paciente pueda realizar de forma autónoma son algunas de las opciones para el verano.
- Contacto mínimo planificado: un mensaje breve o una llamada puntual puede ser suficiente para sostener el vínculo y contener posibles ansiedades.
Estas acciones simbólicas pueden tener un gran impacto emocional, recordando al paciente/cliente que el proceso sigue presente, aunque en pausa
Intervenciones de seguimiento
La virtualidad ofrece alternativas valiosas para mantener el acompañamiento terapéutico:
- Sesiones online o telefónicas: Las llamadas telefónicas y las sesiones online son ideales cuando el terapeuta o el paciente/cliente se encuentran fuera de su lugar habitual, pero desean mantener el vínculo clínico.
- Llamadas de seguimiento breves: útiles para evaluar el estado emocional del paciente/cliente y reforzar estrategias de afrontamiento.
- Grupos de apoyo: en algunos casos, derivar temporalmente a espacios grupales puede ofrecer contención y continuidad.
Estas opciones, aunque no reemplazan la terapia presencial, pueden resultar un soporte eficaz para sostener el progreso
Conclusión
Interrumpir la terapia psicológica en verano no es una decisión menor ni universalmente aplicable. Requiere una evaluación cuidadosa del momento terapéutico, del perfil del paciente/cliente y de las condiciones del vínculo. Lejos de ser un obstáculo, una pausa bien planificada puede convertirse en una oportunidad para fortalecer la autonomía del consultante, consolidar aprendizajes y explorar nuevas formas de sostener el proceso fuera del encuadre tradicional.
Como psicólogos, nuestra responsabilidad no se limita a lo que ocurre dentro de la sesión, sino que se extiende a cómo acompañamos, contenemos y preparamos a nuestros pacientes/clientes para los espacios intermedios.
Lo esencial es convertir la pausa en una herramienta terapéutica, no en una ruptura. Y en recordar que, incluso en el silencio estival, el trabajo clínico puede seguir resonando
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